«Madre e Hijo», Sokurov y Cine Ruso



  • 2014-03-26

    «Madre e Hijo», Sokurov y Cine Ruso

    18.30

En el tercer encuentro del ciclo Analisis de Películas con Recorrido Tematico te proponemos el análisis de la célebre película «MADRE E HIJO»( Rusia), de ALEXANDER SOKUROV, para adentrarnos en las principales producciones y referentes cinematográficos del Cine Soviético

Acerca de : «Madre e Hijo»
Ignacio Castro Rey, texto de la conferencia impartida en el curso » Las razones del arte», BBAA, UCM, 3 de noviembre de 2005:
Dime la palabra, madre, si la sabes ahora. La palabra conocida por todos los hombres. Ulises. J. Joyce …. Tal vez no haya nada que contar, solamente el «érase una vez» -una madre, un hijo- de cualquier contar, del cuento cuya sola posibilidad suspende el sentido.
Pues resulta que si las cosas no fueron como pensamos, si ocurrió algo que no sabemos, es posible que no estemos donde creíamos estar. Como en la vida, lo que se dice la vida, nadie ha estado, nadie ha residido establemente ni morado -más que de paso, entre sombras-, nadie está seguro del sentido actual de este decorado, esta situación que nos envuelve.
Sokurov aprovecha esta brecha ontológica en nuestra existencia, esta duda constituyente -¿quién de entre nosotros no es de aquí?. Es nuestro genio maligno, aunque no precisamente para aumentar las dudas perversas, tan edificantes, acerca de la existencia de la existencia. Más bien para resucitar la duda de que lo peor, la irrealidad de la muerte -vagando en ese paisaje radiante, presionando a esos personajes que no sabemos qué padecen- sea la verdad. Sin causa que la explique, la ex-sistencia vuelve a estar ahí, ante nuestros ojos. … Estos cielos inquietos, que apenas conocen el descanso, a lo Friedrich. Cielos siempre en crisis, como si también ellos sintieran, pensaran, sufrieran en esa hora incierta del día.
A Madre e hijo le acompaña un casi constante rumor de lluvia… Pero no llueve, como si la tierra misma padeciera nuestra patética indecisión. Y ese verde de las praderas rusas, salpicado de abedules. Con fondo de gritos y susurros, de chillido de cuervos, punteando árboles solitarios bajo una luz amarilla, como en una estampa china. Casi podríamos decir que no pasa nada, que no hay acción, sólo el diálogo entrecortado, el llanto entrecortado, el paseo luminoso de la madre en brazos del hijo. Solamente pasión, el acontecimiento del Tiempo en estado puro. Por eso a cada paso, todo resuena, lleno de ecos -igual que en Elogio del amor, de Godard.
Creación maravillosa, dice el hijo, pero ella no deja de bramar, como un animal herido. Sombras, nieblas, ecos: todo resuena, la naturaleza entera está llena de estancias, como si fuera una casa que cruje. Cielos de tormenta, en parto perpetuo, como si el tiempo mismo fuera el que sufre al pasar de una estadio a otro, de un momento a otro, de una escena a otra[10]. Creo que Leibniz, creador de la Monadología y del cálculo infinitesimal, lo diría así: en cada ojo de pez, todos los mares; en cada mónada, brotando de su fondo sombrío, la perspectiva «plegada» del universo entero.